Ropa de Cama Vieja
El amor
Está tan raído como la ropa de cama vieja. Ya sin color. Que de cubrir la cama pasó a ocultarla. Por pena. Por desidia. Y por dolor.
Tu corazón se marchita. Y cuando piensas, lloras. Te han quitado todo. Incluso hasta la dignidad. Pero como un perro viejo, te rehúsas a que te pasen la mano. Con lástima.
No quieres miradas tristes. Solo quieres paz. Estar ahí con tus pocos pelos y tu cara arrugada. En una posición estática. O en movimiento. Pero tu movimiento.
Ya te cansaste de que te digan qué hacer o qué no hacer. Bajo la manta de empatía y ayuda. Si quieres las cosas diferentes, empieza por cambiarte a ti mismo. Piensas. Mientras levantas pesas y te miras al espejo.
Tus ojos no te engañan. Ya tienes 42, y en tus días de gloria no pasabas desapercibido. Pero ahora, ¿qué pasa? Con tanto ejercicio y dieta sana, el cortisol te ganó la batalla. Y tu barriga mira hacia arriba y se ríe en tu cara.
Te bañas y te acuestas. En esa cama que está limpia. Y vacía. Tan limpia de no haberse usado. Como Dios manda. Por años. ¿Qué ha pasado por tu vida? ¿Qué tormenta?
La realidad te golpea y te crees el cuento de la superación y la victoria. Eres joven. Aún puedes no solo ser feliz, sino también realizarte. ¿Quién sabe? Si crear riqueza generacional y asegurar a tus hijos.
No quieres que ellos pasen lo mismo que tú. Cada padre y madre que se respete no desea su vida para sus hijos. La realidad es que todos creemos que solo con amor se genera la maravilla. Y no.
Es amor. Pero trabajo. Y ganas. Y no rendirse. Y querer a los demás tanto como te deberías querer a ti mismo. Y te abrazas. Y te besas. Y te dices: todo estará bien. Mientras te miras al espejo.
Pero el espejo no miente. Y cual reloj de arena de tiempo implacable, no se detiene. Y cada grano que cae te muestra que tu ropa de cama está raída y sin color. Tu barriga se resiste a ganarle la batalla al cortisol. Y tu alma tiene canas. No de las bonitas. De las que te hacen ver como bruja.
Oh Dios. ¿Por qué no me das un golpe de suerte esta vez? Y en vez de sufrir y preguntarme qué va a ser de mi vida, de lo que quede de ella, y de mis hijos... poder perder el miedo a volar. Y desaparecer. En buena lid. A disfrutar de lo que en el fondo quisiera hacer.
¿Qué te queda, alma mía, sino unos pocos granos de arena? Unos minutos cósmicos que solo Dios puede contar. Cada suspiro, cada latido. Y cada ropa de cama vieja. Es una historia que se queda en ti. En tu corazón. Y en tu historia de amor. Algo que pronto, nadie recordará.
Felix Perez Cuza
08/09/2025
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